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viernes, 12 de agosto de 2011

El Premio Oscar y el noruego asesino.


Pre-supuestos.


Dos hechos fundamentales en la cultura y la vida cotidiana sucedieron hace unos meses, La entrega del Premio Oscar a Mejor Película Extranjera a En un mundo mejor de Sussane Bier, y la sangrienta fiesta que se procuró el noruego Anders Behring Breivik.
Aunque a primera vista no haya una relación directa, la clave de violencia, el asesinato bajo argumentos cristianos, conservadores y antimarxistas como el del noruego, y los tres casos de violencia de la película nos dan  evidencias de que sí se emparentan.

Lego terrorista de BrickArms


Por nuestra vida, actividades, noticias, educación y (no pueden faltar) los medios, tenemos ciertas estructuras mentales que nos llevan a pensar y a darle forma a las cosas antes de verlas. Por ejemplo, cuando nos dicen modelo, actriz, teatrero, abogado, asesino, ministro, prostituta, ama de casa, terrorista, narcotraficante, ya tenemos estructuras mentales, imágenes previas que nos hacen identificarlos. Si nos dicen terrorista, hay, entre muchas, la imagen del árabe lleno de explosivos amarrados a la cintura, o imaginamos a un guerrillero gordo; nunca pensaríamos en primera instancia que un terrorista es un hombre bien vestido que sale los domingos a las afueras de la ciudad a comer postres con sus hijos y el perro.
Las amas de casa tendrían en el imaginario popular una representación más cercana a nuestras madres que a las curvilíneas Desperate Housewives.
Los teatreros son descritos como una especie de eslabón perdido con pelos y ruanas, mezcla de cantante de reggae (que no todos son rastas), vendedor callejero de joyas (que no todos se sientan en la calle) y hippie viejo (que no todos son pobres), además de sucios (Daniel Samper Ospina insiste); nadie pensaría en Kenneth Branagh, en Laura García, en Bob Wilson, en Carlos José Reyes, a la hora de hablar de teatreros; son elegantes, educados, formales y algunos, ricos. Muy ricos.

Robert Wilson y Peter Schumann. Teatreros.


Eso es lo odioso de las tipologías, que limitan, que reducen las cosas a una sola imagen.
En días pasados, cuando en Noruega se supo de la bomba y de la masacre de casi un centenar de adolescentes rubios, de inmediato algunos medios se apresuraron a decir que el atentado había sido obra de un comando colaborador de la Yihad Global en represalia por las fuerzas noruegas en Afganistán y por la caricatura que habían sacado de Mahoma. Para todos nosotros fue normal, lógico. “Ah, claro, cómo no, musulmanes”.
Cuando se esperaba la fotografía del moro barbado con turbante, la musulmana con burka o el adolescente envuelto dejando ver sólo los ojos, apareció el autor y resultó que no era moro, negro, latino, ni siquiera mezcladito, era mono[1], mono, mono, ojiclaro. No era musulmán sino cristiano y decidió matar a los de su propia raza para enseñarles a los de su propia raza que deben acabar con otra raza.


[1] En Colombia “mono” se les dice a los blancos o a los rubios.

Película sobre la intolerancia.


Advierto que contaré aquí cosas de la película En un mundo mejor, así que si no la ha visto, discúlpeme por dañársela.
Aquí la sinopsis que hace La Butaca.net: 

Anton es médico y divide su tiempo entre una pequeña ciudad idílica en
Dinamarca y su trabajo en un campo de refugiados en África.
En estos dos mundos tan diferentes, él y su familia se enfrentan a conflictos
que les empujan a escoger entre la venganza y el perdón.
Anton y su esposa Marianne tienen dos hijos, están separados y
consideran la posibilidad de divorciarse. El mayor de sus hijos,
Elias, de diez años, sufre el constante bullying de unos compañeros hasta que
otro chico le defiende, Christian. La madre de Christian ha fallecido
recientemente de cáncer y Christian no ha superado la pérdida. Elias y Christian
no tardan en estar muy unidos, pero Christian involucra a Elias en un peligroso
acto de revancha que puede acarrear consecuencias trágicas, una situación que
además de poner a prueba la amistad que los une, también pone en peligro varias vidas.[2]


Gran parte de la película gira en torno a las decisiones y acciones de Anton frente a las agresiones, vengan de donde vengan, vengan de los africanos a los que él ayuda en medio de su miseria y violencia, vengan de sus propios hijos, o de algún vecino. Él mismo comete un acto de barbarie al arrastrar a uno de los más sangrientos líderes de un movimiento insurgente africano y prácticamente entregarlo para que sea “devorado” por antiguas víctimas, ahora vengadores.
Otro momento memorable de la película es cuando enfrenta a un mecánico y se deja golpear la cara delante de sus hijos, sin responder a la agresión; en un segundo round, regresa donde el agresor con sus hijos y se deja golpear de nuevo, demostrándole a sus hijos que no es cobarde, solo que no responde una agresión con otra.

Anton, el bueno de la película.

El tercer momento de violencia es cuando dos de los rubios niños daneses que viven en el idílico reino de Dinamarca, ejecutan un acto de venganza con explosivos, y uno de ellos sale mal librado.
Todo esto expuesto con una dirección admirable. La actuación, la composición de los personajes de niños, adultos, asesinos, víctimas y victimarios es sorprendente. Hay una minuciosidad gestual, economía de textos, en fin, una serie de recursos que hacen que la historia se siga sin pedir nada más.       

Bárbaros y civilizados.


Pero en medio de tanta admiración por la maestría de la directora, reputada por sus películas desde Dogma95, y ahora, Oscar, queda una conclusión al final de la película, y es la de que hay unos que reflexionan y entienden lo absurdo de la violencia, y hay otros que no importa lo que pase, no lo entenderán.
Al mecánico, Anton le da la oportunidad de ofrecerle disculpas, y el mecánico no sólo no las da, sino que arremete de nuevo, le golpea la otra mejilla que Anton ofrece dignamente.
Con los africanos es peor, luego de que este médico atiende al más criminal de los rebeldes (no se sabe de qué bando) y le salva su pierna, éste, ya curado, narra en medio de risas sus hazañas abriendo el vientre a mujeres embarazadas y pidiendo una mujer muerta para que sea violada por uno de sus lugartenientes. Es el único momento en que Anton pierde el control.

Anders, el malo de la vida real

Conclusión 1.


Todos cometen actos salvajes en la película: blancos, moros, negros, europeos y africanos, doctores y mecánicos, sí, pero únicamente los de un solo lado logran aceptar la falta y piden perdón, caen en cuenta, reflexionan y agradecen: los letrados.
Africanos y mecánicos no. 

El mono.


…Y al poco tiempo, un vecino suyo (de la directora), un noruego, va y mata un montón de compatriotas, y la educación que recibió, y el entorno en que creció, y los valores que le inculcaron dieron como resultado un acto más parecido al que hacen los malos de Sussane Bier, que a los de su médico bondadoso que descuida su familia blanca por ponerse a ayudar negros.
El estereotipo del bárbaro que no aprende y que permanece en su misma situación (y empeorando) por su ausencia de reflexión, no se cumplió en este caso. Anders Behring Breivik, un cristiano admirador de Churchill, no tiene el perfil de genocida. Pero sí.
Ahora no se trata de decir que los bárbaros son ellos, no, todos estamos bajo los mismos peligros y ante la misma propensión a realizar algo inesperado. Tampoco vamos a esculcar la historia para echarle la culpa a los escandinavos de ser los inventores de la piratería y el saqueo, o vamos a sacarle en cara la inquisición del siglo XVI a los europeos. Nosotros también teníamos nuestros rituales con sacada de corazón y sacrificio de vírgenes y niños. Pero ése es otro tema.

Conclusión 2.


No creo que Sussane Bier sea racista ni mucho menos, pero sí que se le coló este lugar común, el fantasma del estereotipo. A pesar de querer democratizar la atrocidad, su último voto a favor fue por los ilustrados.


Lejos del tipo.


Para la construcción de un personaje, una de las cosas más aconsejables sería el rigor al ir descubriendo sus características. Prestar la atención suficiente para que en un descuido no digamos algo que no se quiso, o que por una voluntad salvadora caigamos en un absoluto, tanto en las virtudes como en las fallas trágicas. No existe un personaje tipo. Cuando en la descripción se dice: “aspecto típico de criminal” no se está diciendo mucho. Puede ser el africano que abre vientres, el mono noruego, o un ex-ministro descubierto en sus nexos con la ilegalidad.
Tipificar es la muerte de la creación, se acaba la sorpresa y se detiene el proceso de descubrir elementos únicos en el carácter del personaje.

"Monos" de un mundo mejor

 Hay campo también para las frases, para el infierno de los lugares comunes que se convierten en ley.
Por fortuna, en Colombia, ya algunos lugares comunes comienzan a dejar de tener valor. Aquello de que “la justicia es para los de ruana” se transforma cuando se ven por estos días doctores “sin ruana”, con muchos títulos, ejemplos del letrado, tras las rejas.
La justicia, la verdadera, se aleja también de los estereotipos.

Cómo dice el TÍPICO español: ¡enhorabuena!



[1] En Colombia “mono” se les dice a los blancos o a los rubios. No es peyorativo ni hace referencia a simio.