¿Es que no has oído hablar de cómo un ave marina fue llevada por el
viento tierra adentro y fue a parar a las afueras de la capital de Lu?
El príncipe ordenó una solemne recepción, ofreció vino al
ave marina en el Sagrado Recinto, hizo venir a los músicos
para que tocasen las composiciones de Shun,
sacrificó cabezas de ganado para alimentarla.
Aturdida por las sinfonías,
la desgraciada ave marina murió...[1]
Cuando se muere un artista tan completo como Peñuela, que ha sido cercano y definitivo en la carrera de muchos, uno debe detenerse a hablar de lo real que fue su vida y lo reveladora que es su muerte. Los artistas que se ríen tan fuerte como Peñuela y que contagian con su trabajo, talento y disciplina, también dicen adiós sin avisar, sin programa de mano, sin instrucciones de cómo entender esa obra que se acabó, y frente a la que uno tal vez estuvo distraído sin darle toda la dimensión. Hay que ver la obra que sigue, la que continúa después de los aplausos. A la salida del teatro.
Cesar "coco" Badillo y Fernando Peñuela. Quijote y Sancho en El Quijote. |
A los artistas que permanecen y dan la pelea por el teatro a veces los llaman quijotes, por su insistencia en una profesión que para muchos es una lucha que de antemano está perdida, por perseguir sueños y porque en su condición de sueños son irrealizables y se quedan en ese nivel, en el de lo no realizado, en un mundo impalpable, imposible, fantástico, y en los términos del mundo actual: improductivo. Valga este momento triste por la desaparición de este gran artista que fue Fernando Peñuela, para decir que todo eso, aunque suene muy bonito y a veces halagador, es una visión incorrecta y alejada de la realidad. Por momentos la buena intención es ofensiva.
Muchos dicen, “qué vida la de ustedes ¿No?” Como si no existieran los horarios, las jornadas agotadoras ni los pagos atrasados. ¿Se podría en este caso decir: “qué bonita la muerte de ustedes”?
Fernando Peñuela hizo teatro, no como un sueño irrealizable, sino como una realidad realizable, palpable y con más dividendos de lo que cualquier otra empresa pueda dar.
Comienzo hablando del Quijote no tanto porque sea uno de los referentes obligados de cualquier artista sino porque uno de los últimos personajes de Peñuela (¿el último?) fue Sancho Panza, paradigma de lo terreno, de lo efectivo, de lo real, frente a lo efímero de las empresas en apariencia fallidas del Quijote. Esa bipolaridad también es errónea, pero más adelante hablamos.
Álvaro Rodríguez, Peñuela y Hernando Forero "Policarpo" en Guadalupe años sin cuenta. |
Cada noche, antes de las miles de funciones que hizo, de todas las obras que escribió y de todas las que dirigió, Fernando estaba en el mundo real y se preparaba con tanta disciplina, que de lo que más hacía acopio era de la realidad. Cada obra requería horas y horas de preparación, investigación y ensayo. Peñuela llegaba al teatro, organizaba su vestuario, alistaba su maquillaje, repasaba sus textos, discutía sobre si alguno de los gestos, los textos o los movimientos se podrían o reforzar o cambiar o modificar para hacerlos más contundentes y efectivos a la hora de relacionarse con ese público que ya estaba llegando a la sala. Pensaba en el público, pensaba en la obra, pensaba en sus compañeros, pensaba en su personaje, y si preguntaba, discutía y reflexionaba sobre cuál de las opciones era la mejor, era porque le importaban los que estaban al lado de allá, el público, la otra parte de la realidad que completaba el círculo.
Hacer teatro no era para él un sueño que se cumplía en una esfera supraterrenal, sino una verdad ejecutada en un momento exacto y preciso, el momento de la función. Estar en escena haciendo lo que durante tantos meses se había preparado, adquiría sentido porque había gente compartiendo y presenciando el resultado de tantas reflexiones y ensayos.
Los años del taller.
En el Taller Permanente de Investigación Teatral dirigido por Santiago García, tuve la suerte de compartir seis años con Peñuela. El primer día, buscando historias para preparar nuestro primer ejercicio para una investigación sobre el distanciamiento brechtiano y la escena callejera, Peñuela contó lo siguiente, que entre otras cosas fue real:
Un joven de muy buena familia trata de estacionar su Mercedes Benz convertible en un espacio muy reducido frente a una panadería de moda en los años 80 llamada Auto Pan (la versión ochentera de lo que hoy sería PanPaYa). Retrocedía y avanzaba para cuadrar lo mejor posible. En medio del esfuerzo llegó otro joven en un Renault 4 engallado, de esos que sonaban muy duro, y sin mayor esfuerzo le robó el puesto y en dos segundos se estacionó, bajó de su Renault orgulloso y le dijo al distinguido joven del Mercedes: "el mundo es de los vivos" y entró a la panadería. A los pocos segundos y desde adentro de la panadería, el joven del Renault 4 escuchó un ruido estridente, y después otro y finalmente un tercero. Ante el alboroto de la gente, el joven salió y vio como su Renault 4 estaba destrozado porque el otro lo había estrellado tres veces sin que a su Mercedes le pasara nada. "¿Qué hizo?" pregunto desesperado el joven del Renault 4. El otro, tranquilo y sonriente, le respondió desde su convertible: "el mundo no es de los vivos, es de los ricos, marica" y se fue.
Todos, como el joven del Renault 4, quedamos en silencio.
Así eran las historias de Peñuela, contundentes y perturbadoras. No había forma de tomar partido de inmediato por alguna de las partes, no era evidente en sus narraciones, y cada cosa que contaba daba para una obra. Quién había obrado mal no era lo importante; como estábamos trabajando Brecht, lo importante era ver las causas de la situación, las versiones que sobre ella se suscitaban o las condiciones que hacían que una cosa así pudiera suceder.
Desde el día en que contó la historia del Renault 4, admiré más a Peñuela, no solo a él, a Cesar "Coco" Badillo, compañero también del taller permanente y sabio como el otro, pero esto que escribo no es sobre Coco, sino sobre Peñuela que fue el que se murió. Coco está más vivo que nunca.
Pasar de ser referente obligado y eje del Teatro La Candelaria, a ser un actor de reparto en series donde nadie lo valoraba y donde su voz no tenía la contundencia que tenía en su grupo, es un cambio que desestabiliza a cualquiera. El trasteo de una casa normal donde se discutía todos los días, a una casa más cómoda donde nadie se escuchaba, no deja vivo a nadie. Un ave marina que soporta lo desconocido, pero no cuando hace tanto ruido.
Peñuela pasando una carta de amor en El Paso |
Sin culpas.
La conclusión no es que mejor se hubiera quedado pobre porque era feliz, no, eso es bobo. Peñuela no era pobre y con el cambio tampoco se hizo rico.
Tampoco es que la televisión sea la mala y el teatro el bueno, no. También hay obras de teatro perversas y series de televisión extraordinarias. La reflexión no se debe mover en dos polos, nos lo enseñó Peñuela, nos lo enseñó García, nos lo enseñó Brecht.
A mi la televisión me ha dado para hacer, sobretodo, mucho teatro.
La conclusión es que hay artistas que deben ser ricos en su hábitat, que uno de los descuidos más grandes con los creadores que han construido una imagen verdaderamente buena para el país, es ése: que se vean obligados a dejar de hacer lo que saben en un nivel doctoral, para ponerse a hacer lo básico en un nivel primario.
Peñuela pasó de ser uno de los motores de un grupo que hizo que el teatro colombiano fuera una referencia mundial, a ser una tuerca fácilmente reemplazable de la maquinaria televisiva; esa factura no se paga muy fácil. Y repito que no culpo a la televisión, ésa es una discusión tonta; ella tiene sus reglas, paga muy bien, y a veces le da reconocimiento a algunos que mereciéndolo, no lo obtuvieron en otro lado (a veces le da reconocimiento, y en demasía, a algunos que no se lo merecen en ningún lado). Si se entra a la televisión, hay que saber que cualquiera es reemplazable (aunque te hagan sentir irremplazable esos tres meses), y que la calidad se mide por el éxito. En teatro, en el teatro que Peñuela hacía, el éxito en nada influía la calidad de las propuestas. Peñuela se arriesgó a dejar una cosa por otra y no midió las consecuencias, salió a buscar algo que me atrevo a decir que no encontró, y cuando volvió del viaje ya no era el mismo. En el teatro, su vida tenía razón de ser; en la televisión, tenía para comprar cosas. ¿Quién lo juzga? Yo seré el último, comprar cosas es un placer, y no creo además que ese haya sido el objetivo fundamental de Peñuela, fue un complemento, pero cuando lo tuvo, aquello que complementaba ya no estaba.
Santiago García. |
Lo que me duele de su desaparición y de la manera en que se fue, es que siendo un maestro con un talento que se ha debido explotar mucho más, siendo uno de los llamados a tomar las banderas de García, junto a Coco y Patricia, se haya apartado, haya disuelto una gran carrera de más de 39 (¡39!) años en un anonimato injusto, actuando en cosas que no tenían la trascendencia de las anteriores y donde él y su inteligencia ya no contaban. Ya no estaba en ningún lado. Pasó de un mundo real a uno, ese sí, irreal.
¿Hizo mal? No, claro que no. Se cansó, y todos tenemos derecho a cansarnos. Por eso me duele, por eso me asusta, porque no quiero que otros sigan sus pasos, porque no quiero cansarme yo.
Hicimos cosas.
Días antes de que decidiera su muerte, Peñuela visitaba a un excompañero enfermo, y le insistía en que dijera algo así como “sus últimas palabras” que él se las grababa en una grabadora que tenía (hace una escena similar con su personaje de la Tras-Escena). Le dio dos cartas de un naipe, de esas que tienen un avión por detrás, el ocho de picas y otra, y le dijo, no sé si para calmarlo o para hablar de sí mismo: "ya hicimos hermano, hicimos cosas, hicimos cosas" como si la historia se hubiera terminado y las "cosas" que se hicieron hubieran sido suficientes. No, aún faltaban más cosas Peñuela; queríamos volver a ver ese Sancho Panza que gritaba "chitón, chitón, chitón" y que el Maestro García imitaba en sonoridad y métrica al decir "Peñú, Peñú, Peñú, se nos fue Peñuela", el día de su velorio; queríamos volver a escuchar las historias que nos disparaban la imaginación, como aquella del domingo ese cuando Peñuela, después de una noche de fiesta, se levantó con la cabeza a punto de estallar, con sed, con hambre, con ganas de caldo, y salió a la séptima (vivía en esa época en la 23 con 8a.) y lo primero que vio fue un elefante, sí, un elefante caminando por la carrera séptima. Peñuela se devolvió a su casa y se volvió a acostar asustado por no saber qué era lo que había tomado, y seguro de que no debía haber sido nada bueno para estar alucinando de esa manera. La resolución de la historia no es tan emocionante, pero hay que decirla, hay que contarla en aras de legitimar la veracidad del relato: por esa época, los circos que visitaban la ciudad tenían permiso para promocionar su espectáculo paseando por las calles. Pero eso lo supo al otro día.
Foto de Mary Ellen Mark. Ram Prakash Singh with Elephant Shyama , Great Golden Circus. Ahmadabad, India, 1990. |
La Tras-Escena.
La Tras-Escena, una de las obras de “autor” de La Candelaria, escrita y dirigida por Fernando Peñuela mostraba las angustias y relaciones dentro un grupo de teatro (La Compañía Nacional de Teatro) que hacía una obra sobre el descubrimiento de América. Era sorprendente en su estructura y en la manera como muchas líneas de personajes se entrecruzaban, y como los espacios de escena y trasescena se conjugaban para generar todos los conflictos. Peñuela, además de dramaturgo y director actuaba, hacía uno de los indios. Entre otras cosas, los de La Compañía Nacional de Teatro -CNT- habían contratado indios de verdad para hacer más real la representación. La escena es inolvidable, los indios reales no quieren actuar porque no les han pagado los honorarios, y el director de la CNT (D. Esteban, hecho por Santiago García) está desesperado porque entran en la siguiente escena. El Indio habla en un lenguaje metafórico que D. Esteban no decodifica
MANOLITO.[2]
(Entra seguido del traductor indígena)
Don Esteban. Aquí está el indio ese.
D. ESTEBAN.
(Al traductor)
¿Qué es la carajada joven? Dígale a su jefe que sus colegas tienen que entrar a escena, inmediatamente.
TRADUCTOR INDÍGENA.
Señor Esteban: no hay lugar para reposo, la tierra será lo que son los varones. Aun así en los caminos, ando recogiendo perlas...
D. ESTEBAN.
(Desconcertado)
¿Qué fue lo que dijo?
TRADUCTOR INDÍGENA.
Indio Yaku-Runa no trabaja hasta no recibir el pago convenido.
D. ESTEBAN.
¿Ustedes se volvieron locos? El convenio fue un contrato donde dice que ustedes primero trabajan y después se les paga, como en cualquier parte de mundo.
TRADUCTOR INDÍGENA.
Mi señor Chuya-Chaqui dice: Pago adelantado para hacerles el trabajo gustosos, porque no hay garantías.
(Todos angustiados requieren a los indios en escena)
ZAPATA.
¡Don Esteban, los indios tienen que entrar a escena!
D. ESTEBAN.
¿Y yo qué puedo hacer? No ve que nos hicieron paro estos indios... ¡Le ordeno joven, decirle a sus compañeros que tienen que entrar a escena ya! ¡Inmediatamente!
TRADUCTOR INDÍGENA.
...Tengo la preciada flor del tigre, pero sigo perforando mi esmeralda...
MANOLITO.
Aquí está la copia del contrato Don Esteban.
D. ESTEBAN.
Manolito, tiene que hacer que estos indios entren a escena como sea.
MANOLITO.
Se encerraron en la bodega y no dejan entrar a nadie.
ISABEL.
(Entrando desesperada del escenario)
¡Esteban!, ¿Qué pasa con los indios? Andrés ya terminó el monólogo, ¿qué hacemos?
D. ESTEBAN.
Que repita el monólogo.
ISABEL.
Ya lo repitió.
D. ESTEBAN.
¡Que lo repita otra vez, y ustedes bailen, improvisen una danza! ¡Coño, esto sólo me pasa a mí!...
(Al traductor)
Mire, joven, éste es el contrato. Ahí dice que ustedes como contratados y nosotros como contratantes nos hemos legalmente comprometido las partes, a cumplir todos y cada uno de los acuerdos estipulados en el convenio…
MANOLITO.
Háblele un poco más claro Don Esteban.
D. ESTEBAN.
¡Usted no me joda!... Mejor dicho: Aquí dice que nosotros nos comprometemos a pagarles a ustedes, una vez hechas las presentaciones. Como cualquier contrato en cualquier parte del mundo.
TRADUCTOR INDÍGENA.
(Recibiendo el contrato)
… Que se les abran los ojos y el corazón. Sin darse cuenta el corazón se agria… Yo consulto con mi señor Chuya-Chaqui.
(Sale)
Más tarde, cuando el traductor regresa:
D. ESTEBAN.
¿Qué pasó joven, qué dijo su jefe?
TRADUCTOR INDÍGENA.
… Mi señor Chuya-Chaqui dice: Soy papagayo amarillo y rojo, lloro y me siento triste. Nadie tiene casa propia en la tierra.
D. ESTEBAN.
¡No más refranes, por favor! ¡No más refranes! El público los está esperando, la hija del presidente está sentada en su palco esperando verlos. ¿Van a salir? ¡Sí o no!
TRADUCTOR INDÍGENA.
Indio Yaku-Runa no convenía con estos papeles. Hasta no recibir adelantado, no trabajamos.
Y hacia el final de la obra, cuando ya la representación del grupo había pasado:
D. ESTEBAN.
… ¿Y usted todavía por aquí? ¿No se había largado ya?
TRADUCTOR INDÍGENA.
Señor Esteban, ¿cuándo y dónde nos van a dar el pago que nos quedan debiendo por la presentación?
D. ESTEBAN.
¿No les parece suficiente con el mierdero que nos armaron esta noche?, ¿Cuántas veces le tengo que repetir, que el dinero que se les queda debiendo se les dará el próximo martes en la oficina de asuntos culturales de la Presidencia?
TRADUCTOR INDÍGENA.
(Sacando una grabadora)
¿Me puede repetir eso aquí en la grabadora señor?
D. ESTEBAN.
¿Pero esto qué quiere decir? ¿Qué es esta ridiculez?
TRADUCTOR INDÍGENA.
Mi señor Chuya-Chaqui tiene que oír aquí su voz y yo traducirle. Para mayor garantía, señor.
D. ESTEBAN.
Esto ya rebasa los límites de lo racional. ¿Dónde ubico yo esto, en el surrealismo, en el absurdo? ¿Dónde se coloca esta pesadilla?
TRADUCTOR INDÍGENA.
Ya está grabando… En el Teatro, indio Gonzalo Monaira Jitoma, pregunta al señor Esteban: ¿Cuándo y dónde nos dan el pago que nos quedan debiendo por la presentación?
La obra (dentro de la obra), como lo había dicho, hablaba del llamado Descubrimiento de América; irónicamente, la periodista que hacía la crítica era española, la plata la ponía la presidencia y los indios que se usaban en la escena donde los agarraban a cañonazos, eran indios reales, no actores. En la calle, hay levantamientos y protestas, y por todo lado, detectives revisan y husmean cualquier acto sospechoso. Varios años le costó organizar y hacer cruzar todas las líneas, darles coherencia y unidad, pero el resultado es un ejemplo de estructura.
Cantando junto a Policarpo en El Paso. |
TRADUCTOR INDÍGENA.
Muchas gracias, señor. Todo debe quedar bien claro. Yo le traduzco a mi señor Chuya-Chaqui.
D. ESTEBAN.
¡Ya no más! ¡Se me largan! ¡Váyanse para su tribu, para la selva, para la puta mierda, pero no me jodan más aquí!
TRADUCTOR INDÍGENA.
Yo soy el pájaro cascabel, señor.
D. ESTEBAN.
¡No más refranes! ¡No más!
Peñuela actuaba, cantaba, escribía, dirigía y tocaba instrumentos de música llanera, pero después de irse de La Candelaria, todo se fue reduciendo. No quiso volver, a pesar de que le ofrecieron alternativas, permisos, un año sabático. No era suficiente, ya había decidido, algo había cogido ventaja. Creo que desde ese momento comenzó a morirse. A alistar las maletas.
Un día, tiempo después, compartí escenas con él en un set de televisión, y ése ya no era el Peñuela real, el artista con un componente creativo y con un interés estético; era un simple intérprete saliendo de una enfermedad que no le estaba afectando el talento sino el alma.
He debido hacerlo, y no lo hice: decirle lo importante que él había sido para mi vida en el teatro. Espero que lo haya sospechado. Por eso es que uno no dice las cosas, porque espera que el otro las sospeche. Las obras que hago, las que se hacen hoy en Colombia dependen mucho de lo que él hizo, de lo que nos enseñó; hasta el último día nos dejó (como se debe hacer en teatro) grandes advertencias. Como en el héroe trágico de Lukács (los héroes que mueren en la tragedia están muertos mucho antes de morir[3]) donde en la búsqueda de la trascendencia se incluye también el fin, se puede decir que Peñuela fue un héroe, uno de los que aun no han sido lo suficientemente reconocidos ni valorados en su grandeza. También, un indio que llegó con su poética a un espacio ajeno donde no era entendido, y también, Sancho Panza aterrizando y dándole forma, valor y uso a lo que no veían los quijotes.
No podría afirmar si Peñuela se murió feliz, yo creo que no. Vivió feliz largos tiempos mientras hacía lo que lo hacía feliz, y le dio felicidad a muchos. Pero como lo conocí, y como muchos lo conocieron, puedo arriesgarme a decir que hubo un Peñuela que fue feliz y hubo otro que se murió para no ser infeliz.
Peñuela (en su último Sancho) junto a "Coco" en El Quijote. |
Fernando Peñuela no transformó el mundo, pero hizo que algo cambiara, y sobretodo que algo creciera. Aquí seguimos recordando y aprendiendo de lo que él hizo, "cosas hermano, hiciste cosas", aprendimos desde esa primera historia que el mundo no es de los vivos, es de los que están vivos.
Artista.
Se puede decir más, mucho más, pero por ahora:
Chitón, chitón, chitón.
Elefante camina despacio cuando indio cabeza estallar.
Peñú, Peñú, Peñú.
[1] Tradición oral china.
[2] Fernando Peñuela. La Tras-escena. En “Cuatro obras del Teatro La Candelaria”. Ediciones Teatro La Candelaria. Primera Edición. Bogotá. 1987. Págs. 117-258.
El video casi completo está en http://hidvl.nyu.edu/video/000512398.html
[3] Georg Lukács. El alma y las formas. Teoría de la Novela. “Metafísica de la tragedia”. Ediciones Grijalbo S.A. Barcelona. 1970. Pág. 253.