martes, 4 de enero de 2011

Año Nuevo. Sagrada Familia y Odio

Primeros de Enero.
Acaban de pasar las fechas en que por un lapso de tiempo se olvidan los odios.
¿Si?
No, no siempre por fortuna, hago Teatro y este es un material invaluable.
He visto año tras año abrazos entre quienes se odian, muestras de amor de parejas que saben que los dos mienten, promesas de hermanos que jamás se ven ni se verán durante el resto del año, y a quienes no les preocupa en lo más mínimo la suerte de aquel con quien creció.
Aunque en primer grado de consanguinidad, muchos de los que se abrazan hace tiempo son parientes lejanos.

Los Borrachos de Ensor

Los ancianos, padres y abuelos, abandonados el resto del año, quedan aturdidos con la avalancha de saludos y la profusión de presentes (hay varios del año pasado todavía sin destapar), con la sobredosis de azúcares y grasas. En el fondo esperan que pase rápido la tormenta para volver a su soledad acostumbrada, a su rutina definida con horarios y manías que siempre los parientes quieren cambiar “para bien de ellos”. Ja.
“Que bueno tener a mis hijos reunidos” dicen los patriarcas.
“Qué bueno que es sólo una vez al año” no lo dicen.
En ocasiones se repite para el día del padre o de la madre. No siempre.

Tiempo Muerto.
Para alimentar la incomodidad hay un tiempo muerto entre las 10 y las 12 de la noche de las fiestas de fin de año. Un espacio que según cualquier reloj dura 120 minutos, pero que muchos estamos seguros de que dura más. Cada vez que se mira el reloj, han pasado 10 o 15 segundos. Ahí debe radicar algo de la magia de la Navidad. En ese lapso, hay un afán intenso porque lleguen las doce, por poder saludar y desear lo mejor lo más rápido posible, por  dar muestras de amor a quienes queremos dárselas y a quienes no queremos también. Nos vemos obligados porque están en la reunión y no abrazarlos sería enrarecer el ambiente y establecer un foco de amargura para alguno de los venerables ancianos de la Familia.
“Qué en sus últimos días no vean el odio que hay entre su descendencia”

Familia reunida en Sara Dice del Teatro Petra

Los odios, aun en estas fechas de amor, permanecen, y olvidarlos es quitarle cierto sabor que, confundido con villancicos, genera dinámica.
No existe una familia, dentro de lo que conozco, que no tenga divisiones. Hay hermanos que se comunican mejor con la mirada y primos que saben que hay un secreto con un tercero. O con una.
Hay familiares que no, jamás hacen contacto visual durante estas fechas porque saben que no lo podrán soportar.
Una buena escena sería cuando queden solos y ninguno se pueda retirar.

Momentos más tarde... la misma Familia

Los Niños.
Un capítulo de tortura es ese donde aquellos que no tienen hijos (ni quieren tenerlos), deben soportar la sesión de contemplación de destrezas infantiles (los hijos de los demás) en la noche más larga:
niño dando botes por el piso,
niño lanzándose de un sofá a otro,
niño con arma de superhéroe,
niño lanzándose del sofá a la alfombra,
niño golpeándose contra el filo de la mesa de centro donde había libros,
niño gritando,
niño con sangre.
Sacrificio católico. No es Semana Santa pero puede parecerse.

La Sagrada Familia del Pajarito de Murillo.
¿Católicos?
Hay una explosión de júbilo que nos ubica como un país festivo. Y sí, somos un país festivo, pero lo extraño es que festejamos sin saber a ciencia cierta por qué se festeja.
En Colombia la Navidad se celebra como si todos fuéramos católicos. Estadísticamente la mayoría lo somos, pero difícilmente quienes practican la novena, conocen los verdaderos significados de los 9 días o del adviento, como tampoco el del 8 de diciembre. Ni hablar de las fiestas patrias como la del extrañísimo 20 de julio. En eso hay un rezago respecto a  como los judíos asumen su Hanuká, como los gringos celebran su Día de Acción de Gracias (Thanksgiving), como los musulmanes celebran su Ramadán.


Se podría pensar que lo que queremos es fiesta, sin que importen las razones. Soy testigo del caso de un grupo de colombianos que se reunían a celebrar el Thanksgiving, y ninguno tenía descendencia gringa o inglesa. ¿Por qué?, no tengo otra explicación que la de las ganas de celebrar algo que vieron, no importa que no se entienda.

Inocentes.
El desconocimiento de nuestras fechas se puede demostrar con el muy popular 28 de diciembre, en el que se celebra el día de los inocentes. Lo que la mayoría (católica) desconoce es que el Día de Los Santos Inocentes se conmemora o recuerda a los niños menores de dos años que fueron asesinados por orden de Herodes, para ver si por algún lado caía Jesús de Nazareth, de quien se decía iba a ser el nuevo Rey. 

Masacre de los Inocentes de Rubens
Lo que nosotros llamamos inocentes es un día destinado a hacer bromas, a hacer creer a algún desprevenido que algo extraordinario está sucediendo o sucedió, los noticieros presentan noticias falsas al igual que los periódicos. Una mezcla posmoderna entre masacre cristiana y también caerás.
No he podido descubrir la conexión entre la masacre y la broma, espero algún día sea revelada. No creo que sea el hecho de que el Rey mató un montón de niños y ninguno era Jesús, y María y José le dijeron a Herodes “Pásela por Inocentes”.

Otra versión de la 
Masacre de los Inocentes de Rubens
Donde sea.
Otra de las virtudes de la Navidad en nuestro país es que celebra donde sea, sin importar las condiciones en que se esté.
Caldo de cultivo para escenas inolvidables.
Para mi la más extraña fue cuando mi madre estaba muy enferma y tenía que someterse a cuatro cirugías, ya iba por la tercera, estaba en el pabellón de transplantes para niños (Mi mamá tenía 90 años –hoy tiene 91- y la razón por la cual ella estaba allí es muy larga de contar)
La Novena de Aguinaldos, a pesar de todo, se celebró allí:
Lectura del “Benignísimo Dios…”, cantada de Villancicos y demás. Dentro de los festejantes se contaba además de mi mamá, a:
Niño con máscara de oxígeno intentando cantar desde el ahogo, niñas a dos días de tener el páncreas de un marrano, mamás de estos niños con los ojos rojos, y pensando en cualquier cosa menos en lo que se rezaba, etc.
Como eje de las oraciones había también un pesebre, hecho como se hacen los pesebres en las oficinas y bancos: sin tacto, diseñado por el empleado de menor rango y adornado en 15 minutos, ovejas caídas, muñecos desproporcionados, ambiente desolado. Esta vez era en una clínica, no en un banco ni en una oficina, la desolación era mayúscula.
Un fiesta, la navidad es una fiesta.
Los que estaban con heridas recién suturadas, los que temblaban porque no sabían si mañana vivirían, los que tenían dolor o estaban bajo el efecto de sedantes cantaban, todos cantaban, cantábamos y llevábamos el ritmo con las palmas, las panderetas o las maracas con cara de papá Noel.



No es necesario que diga (ya lo estoy diciendo) que en el afán por insertar un momento de alegría en esta situación tan alejada, creaba el efecto contrario. Obviamente ninguno en la Clínica tenía esa intención, era la situación, la mezcla dramática (en el sentido teatral) lo que convertía la escena en una combinación de contrarios que producía dulzura y escalofrío.


Final.
Celebramos sin saber porqué, abrazamos a los enemigos sin dejar de serlo, en las reuniones en que no podemos cruzarnos palabra: cantamos, cantamos en los lugares menos indicados, mentimos en coro.

Por eso NO hay que dejar de celebrar. Por el bien del Teatro. Cuando nos reímos en medio de los villancicos frente a un pesebre construido por un ateo, también nos reímos de eso, del absurdo que nos identifica, de la violencia del hecho y también de la del silencio.

Abrazo en Año Nuevo al Tío con aliento espeso, al vecino con ropas fétidas que llegó sin ser invitado.
No es bueno ni malo, simplemente es, así somos.
La hipocresía no es una virtud. Es, existe. A lo mejor entre nosotros debe llevar otro nombre: Acordamiento como lo llama Vilem Flusser[1], una suerte de acuerdo gestual a dúo en el que los dos sabemos que el sentimiento es uno, pero el gesto es otro.
Gran ejercicio actoral de manipulación de material.
Muchos grandes malos actores tienen mucho sentimiento y no pueden manipular su material estético (tema de otra celebración)
Liliana Escobar, Fernando García y Marcela Valencia en tres piezas del Teatro Petra

Puede que algún día en este país, el 31 faltando 5 para las 12, le gritemos a algún cuñado a la cara que nunca nos pagó la plata que le prestamos en junio, se sabrá de violaciones entre padre e hijo, disputas por la herencia (aunque los padres sigan vivos), puede que todos entremos en catarsis y nos desnudemos para estar completamente limpios de mentira, el próximo 6 de enero cuando mi padrino se disfrace de Rey Mago puede que le rocee gasolina a la cola de la capa y mi hermana lance el fósforo.
Ya sabemos que no.
¿O si?
Aun si así fuera, no faltará el Teatro.


Ángulo del Pesebre de la Familia

Hay cosas buenas entre nosotros, y dulces y menos enfermas, como el abrazo verdadero para el hermano mayor que nos defendió de los agresores en el colegio en el momento exacto, para el papá que nos creo defensas contra los monstruos que se escondían en los armarios y que aparecían justo cuando la luz del día comenzaba a desaparecer, para la hermana que creyó en el Teatro cuando ya nadie lo hacia.
Podemos dar gracias póstumas a la imagen del Niño Dios o del Ángel de la Guarda que fueron una especie de súper héroes con poderes ilimitados en quien confiábamos.
Ya no, es una lástima, ya no nos suena el cascabel como lo cuenta Chris Van Allsburg en “El Expreso Polar”[2].
De muchas cosas buenas hablan los guías espirituales, yo no lo soy.
La vida narrada desde sus esquinas bondadosas puede ser más prudente, tranquila y correcta, pero vista así, y solamente así, es muy limitada.

Afiche promocional de la representación teatral
Miguel Strogoff por la Compañía de los
Hermanos Kiralfy en Boston en 1882

Como dice Julio Verne al final de Miguel Strogoff: Miguel Strogoff obtuvo toda la gratitud y magnificas recompensas por parte del Zar Alejandro II, pero no son sus éxitos y triunfos los que merecían ser relatados, sino sus sufrimientos. Y así lo hemos hecho.
Que siga El Teatro.

Les deseo un feliz 2011.
No a todos.








[1] Los Gestos. Vilem Flusser. Capítulo 1: Gestos y Acordamiento. Editorial Herder.
[2] El Expreso Polar. Chris Van Allsburg. Editorial Ekare.

3 comentarios:

  1. Brutalmente, bello, divertido y verdadero.
    Cada día lo odío más, sinceramente, Lorena.

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  2. Yo odio a mi mamá y se lo pude decir en diciembre, antes del 24. No recomendable para menores de 25, yo con 24 me desahogué pero verla todos los días... Hay Diojmío! Sí, que viva el teatro, todos los días lo practico a la perfección... No hay que esperar a diciembre, Fabio. Gracias por compartir.

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  3. Los niños asesinados y los falsos Mesías.
    NUEVO VIDEO
    http://www.lafulminante.com/

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