martes, 21 de diciembre de 2010

Literatura para la Escena


     1.     
Si en nuestra vida supiéramos lo que se cocina a nuestras espaldas, aquello de lo que habla nuestra esposa cuando no estamos presentes o si nuestro mejor amigo se enterara de lo que a veces fantaseamos con su hija de 18 años, no serían posibles las relaciones humanas[1].

El Dramaturgo Fabio Rubiano, una traductora, el Nobel Wole Soyinka, y
el artista plástico, poeta y dramaturgo Samuel Vásquez

2.     
El teatro NO es como la vida. Parece una verdad a gritos, pero también más de una vez he escuchado que el Teatro se parece a la vida y resulta que no, no se parece. Es exacto, es la vida, pero no la que vivimos, sino aquella que no vivimos, la que no somos capaces de asumir y que el teatro entrega por capítulos en cada obra, es una tras escena de la vida misma, la verdad misma.
Es la vida mala, el pensamiento malo, el pensamiento oscuro, la posición incorrecta: La Verdad.

3.     
Cuando mi mamá salía con la bolsa del mercado solo existía una imagen, la única: la de la mujer abnegada que sacrificó su vida por sus hijos, la que antes de arreglarse el pelo en las mañanas pensaba en que tipo de desayuno íbamos a tener, la que regresaba con la bolsa llena de verduras y pasaba el 80 por ciento del día en la cocina, limpiando o haciendo algo, siempre haciendo algo, jamás descansando. Esa imagen la tenemos en nuestra generación (y en nuestro estrato) la gran mayoría. Pero nunca fuimos detrás de nuestra mamá para espiarla en su viaje a la tienda, nunca supimos si en realidad ella iba a hacer el mercado, solo eso, o si se quedaba en la peluquería, en el baño del peluquero dejándose tocar o si robaba alimentos mientras el dependiente se descuidaba. A lo mejor vendía pasta base, patrasiado, bazuco o ácidos en la entrada de las escuelas. Nunca me enteré si se echaba colorete apenas salía de casa y se lo volvía a quitar cuando estaba a punto de entrar de nuevo para que no descubriéramos nada, para que en nuestro imaginario materno el icono virginal no se transformara en vieja corrompida.
Si pienso mal, estoy seguro de que acertaré, tal vez no en la vida de la que ahora es una anciana, pero si en la dramaturgia. A lo mejor en ambas. De la vida real no lo sabré, de la obra teatral lo conoceré todo.

4.     
Cuenta Anne Bogart, la directora norteamericana, que cuando Jean Paul Sartre era marinero (era un joven marinero no un gran filósofo) y trabajaba en un barco mercante, en una escala del barco en Hamburgo bajo la tormenta, Sartre bajó del barco, caminó por las calles bajo la lluvia hasta que encontró un bar, se sentó en una mesa y pidió una bebida. 



Al rato una hermosa mujer se acercó a su mesa… empezaron a hablar. Finalmente, después de un tiempo considerable y varios tragos, la mujer se excusó para ir al baño. Sentado allí solo, esperando el regreso de la mujer, Sartre se imaginó la noche que pasarían juntos en una habitación de hotel, se imaginó la seducción, el sexo y, finalmente, la despedida a la mañana siguiente. Se imaginó las cartas que se mandarían el uno al otro en espera del reencuentro… De repente, mientras esperaba a que la mujer regresara del baño se dio cuenta de que en todas las situaciones que se le presentaban en la vida, incluida esta, podía optar entre varias posibilidades. Podía optar por vivir su vida en la ficción inventada de una historia u optar por aceptar las señales discontinuas de la existencia humana y vivir sin la seguridad de una historia. Sartre tomó la decisión al instante: Se levantó y salió del bar adentrándose en la tormenta, y nunca más vio a aquella mujer[2].

5.     
El autor entonces ¿es quien toma las decisiones de sus personajes? Muchos dirán que no, que el personaje adquiere vida propia y es imposible controlarlo, pero una cosa son las lógicas internas, el lenguaje, la coherencia y los códigos sobre los que se está escribiendo, y otra cosa es llegar a decir que tiene vida propia. No es justo rebajar a la categoría de “vida” a algo que ha sido una creación artística y es mucho más que eso.

6.     
Un autor no puede escribir lo que quiera, escribe lo que él mismo se imponga. No puede manipular a un personaje, está bien, él no, pero otro personaje si, porque el autor está enterado de aquello que sucede frente a él y sobretodo detrás de él, y si el autor está enterado, puede asegurar que habrá una historia. Buena o mala, depende del talento del escritor, pero dependerá de él mismo, de nadie más, solo de él y de su capacidad de percepción. Su habilidad para reubicar el azar y organizar las decisiones no es gracias a una fuerza sobrenatural, es gracias a sus decisiones, las que toma él y las que toman sus personajes (que también las toma él).

7.     
Es ahí donde conecto con en el tema de la literatura para la escena. Como autor de Teatro soy dueño de algo, tengo la posibilidad de ver las opciones y decidir con cual me quedo. La fantasía de estar en varios lados sin ser visto, de ingresar a la intimidad de alguien, no solo para espiar y cumplir la devaluada fantasía del voyeur, sino también y sobretodo para tener voz y voto.

8.     
La literatura a secas podría cumplir esa función, pero la literatura para la escena tiene una ventaja: Además de la escena, la tras escena. La verdad y la mentira al mismo tiempo.

9.     
En la vida real, la mujer que llora sobre la tumba de su esposo nos conmueve pero no sabemos si ese llanto es sincero o si la última sopa que tomaron juntos fue envenenada por ella. En el escenario la mujer que llora por el personaje de su esposo muerto está interpretando, eso lo sé. La actriz, un segundo antes de salir a escena a interpretar la mujer que llora por su esposo muerto,  estaba fumando y riéndose con los compañeros de la compañía, pero eso también lo sé, saberlo me hace feliz.

Marcela Valencia en Dos Hermanas. Del Teatro Petra


10.  
Es la literatura la que más bien le ha hecho a la psiquiatría y al estudio de la mente humana, pero no por describir los personajes como ya sabemos que son, sino como no sabíamos, como sorpresivamente descubrimos que eran. Toda sorpresa es grata, es una noticia, no siempre mala. Un hombre afectado por la radiación que habla poco y no sabe leer ni escribir, es asumido por todos como un subnormal, pero gracias a la literatura descubrimos que sabe hablar con los gatos. Un hombre le habla a un auditorio y luego le habla a su compañero de escena y luego le habla al personaje que lo acompaña y más tarde se dispara en la cabeza y enseguida se levanta para mostrarnos las medidas del orificio aun con humo. Eso es una sorpresa, eso es pensar mal, eso es descubrir al personaje por el otro lado, por el revés.

11.  
Las obras están llenas de verdades que no vimos con los ojos de la vida real, es decir que todas las obras están llenas de advertencias. Por eso hay que ir al Teatro, cada obra es una advertencia. Las obras que dejamos de ver, fueron anuncios que se perdieron y por lo tanto hay algo que sucede a nuestras espaldas y no nos enteramos.


12.  
Por eso me gusta, por ser el dueño de algo inexistente, el dios de una ínsula donde no hay nadie, ni siquiera ínsula, pero a la que todos van a ver. Como el Vacío Perfecto de Stanislaw Lem, una serie de prólogos a libros e investigaciones que jamás se han escrito.

13.  
Escribir no es vivir las cosas, es re-vivirlas, pero no de cualquier manera, no como sucedieron, sino como yo quiera, como lo necesite, como hubieran debido suceder para tener una historia.

Chuck Palahniuk, autor de “El Club de la Pelea” habla en el relato corto “Casi California”, sobre todas sus expectativas cuando fue invitado a Los Angeles para hablar de la adaptación de su guión, y de como todas sus expectativas se iban diluyendo, transformando, o sencillamente cumpliéndose sin gracia.

“Uno se pasa años y años escribiendo. Se sienta a oscuras y dice: Algún día. Un contrato editorial. Una foto en la solapa. Una gira promocional. Una película de Hollywood. Y llega el día en que consigues todo eso y no sale como uno lo había planeado.
Luego te llega por correo la adaptación de tu libro y ves que pone: «El club de la pelea, de Jim Uhls». Es el guionista. Y muy por debajo, entre paréntesis, pone: Basado en tu novela.
Es por eso por lo que escribo, porque la vida nunca funciona salvo si miras hacia atrás. Y escribir le hace a uno mirar hacia atrás. Porque como es imposible controlar la vida, por lo menos puedes controlar tu versión de la misma. Porque incluso sentado en mi charco de agua templada en Los Ángeles, ya estaba pensando en qué les contaría a mis amigos cuando me preguntaran por aquel viaje. Les hablaría de mi infección y de Malibú y de la bañera sin fondo, y ellos me dirían:
Eso tienes que escribirlo.”

14.  
Antes de venir aquí y estar sentado frente a grandes personalidades de la literatura, me imaginaba como sería, elaboraba hipótesis sobre las probabilidades para poder tener cierto dominio sobre la sesión. Pero no, es diferente, no tengo poder sobre esto, pero lo tendré mañana cuando escriba que el Nobel soy yo, que soy ingenioso y que un hombre de 45 años está sentado a mi lado tratando de ser coherente. Eso me hará feliz.




[1] Texto ampliado y corregido a partir de uno escrito para el encuentro “Literatura para la Escena” en la Feria del Libro de Medellín 2008. Publicado en la Revista Teatros.
[2] A Director Prepares. Seven Essays on Art and Theatre. Anne Bogart.  

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